Historía de Numancia

El mito de Numancia

El número de militares de que disponía Escipión oscilaría entre 50.000 y 60.000, de los que la mayor parte eran tropas auxiliares hispanas, reclutadas entre los propios indígenas de la Península. De esta manera Numancia fue condenada a la muerte por inanición, ya que unos 4.000 hombres (más las mujeres y niños), encerrados en la ciudad, poco podían hacer frente a semejante dispositivo. En ocasiones intentaron forzar el cerco sin resultado y sin que los romanos respondieran al ataque. En la primavera del 133 a.C., el jefe Retogenes y otros cinco numantinos consiguieron traspasar el cerco, pero fracasaron en el intento de obtener ayuda de las ciudades arévacas, pues éstas temían las represalias de los romanos. Solamente los jóvenes guerreros de la ciudad de Lutia estaban dispuestos a acudir en ayuda de Numancia, pero la asamblea de ancianos, tratando de evitar las represalias romanas, avisaron a Escipión, que respondió trasladándose a la ciudad y cortando las manos a los 400 jóvenes.
La escasez de víveres provocó una situación insostenible en Numancia, llegando a tener que cocer los cueros y las pieles para comer e incluso carne humana de los fallecidos. Pero lo peor para el concepto celtibérico del honor no era el hambre, sino el no poder morir luchando. En esta situación, los numantinos, con su jefe Avaros al frente, realizaron negociaciones ante Escipión para conseguir una paz digna, pero el general romano, que exigía la paz sin condiciones, les ordenó que aquel mismo día llevasen las armas a un sitio convenido y que al día siguiente se presentasen ellos en otro lugar. Esto era para los numantinos inaceptable, pues de sobra sabían cuál iba a ser su fin, bien la muerte o bien su existencia como esclavos. Muchos en tal trance prefirieron quitarse ellos mismos la vida, pidiendo un día más de plazo para disponer de su muerte.
Después de 11 meses de asedio, en el verano del 133 a.C. los numantinos supervivientes rindieron la ciudad. Es Apiano quien transmite la información de Polibio, testigo de vista del cerco y caída de Numancia, diciendo que “convenida la rendición los que tal decidieron se tomaron la muerte cada uno a su manera. Los restantes acudieron en el tercer día al lugar designado” y se presentaron ante Escipión “terribles y de aspecto extraño, con sus cuerpos inmundos, cubiertos de pelo, con sus largas uñas y su suciedad, despidiendo un olor nauseabundo, con sus vestidos andrajosos tan sucios y fétidos como sus cuerpos. Pero su mirada era terrible porque aún se veía en ella la ira, el sufrimiento, la fatiga y el remordimiento de haber devorado a sus compañeros”. La ciudad fue arrasada, “destruida de raíz” dice Cicerón, y repartido después el territorio numantino entre los indígenas que le habían ayudado a conquistarla. De los numantinos que entregaron la ciudad, algunos fueron vendidos como esclavos y unos 50 fueron llevados a Roma para formar parte del desfile triunfal de Escipión, celebrado en el año 132 a.C.
Esta gesta y lucha por la libertad de un pueblo impresionó tanto a Roma que los escritores romanos mostraron su simpatía por los numantinos y llevaron hasta la exaltación su heroísmo. Así Petronio, en su Satiricón, dice que cuando Escipión “entró en la ciudad vio a madres que apretaban contra su pecho los cuerpos de sus hijos medio devorados”; una imagen similar es transmitida por Valerio Maximo: “se encontraron en la ciudad muchos numantinos que llevaban agarrados en sus manos miembros y pedazos de cuerpos humanos destrozados”. Se imaginaron el final de Numancia de otro modo a como lo narra Apiano; para estos historiadores, alejados en el tiempo de la caída de Numancia, los numantinos incendiaron la ciudad y luego se mataron dejándola en llamas y desierta de todo ser viviente (Orosio, Floro y Valerio Maximo). Estos autores, atraídos por la actitud numantina, y en su intento de elevarla a la gloria, forjaron su leyenda, pero también paralelamente restaron valor documental y la veracidad que da la propia dimensión humana.

Historia

La conquista de la Celtiberia por Roma tuvo lugar a lo largo del siglo II a.C. La victoria romana sobre los celtíberos en la batalla de Mons Chaunus (¿Moncayo?) y la toma de Complega, en el 179, llevó al tratado de Graco, que consiguió una paz duradera, conciliando algunas peticiones celtibéricas (reparto de tierras) con las exigencias romanas (pago de tributo, obligación de prestar servicio militar, no edificar ciudades nuevas ni fortificar las existentes, y concesión a algunas ciudades indígenas el derecho a acuñar moneda). Finalmente, Graco fundó una nueva ciudad, Grachurris (Alfaro), en la desembocadura del río Alhama, para proteger la frontera del territorio conquistado.
En este momento la zona controlada por Roma no sobrepasaba Segeda (El Poyo de Mara, Zaragoza), al sur del Moncayo, ni Arekorataz al norte de este monte (en la localidad de Muro, en Soria, que después sería refundada como Augustobriga); a ellas se les había concedido el derecho de acuñar moneda de plata, y representaban los apoyos romanos para seguir la conquista.
Esta línea de frontera se desplazó hacia el Alto Tajo-Jalón y Alto Duero a partir del 153 a.C., con el inicio de las guerras celtibéricas que se desarrollaron en dos fases: una primera guerra provocada por la ciudad de Segeda y que se trasladó a Numancia, entre el 153 al 151 a.C., y una segunda, entre el 143 y el 133 a.C., cuyo centro fue esta última ciudad, por ello se denominan “numantinas”, entre el 143 y el 133 a.C., que concluyó con la destrucción de la ciudad. A esta fase de la guerra, los historiadores romanos la denominaron Bellum Numantinum, por la primacía de la ciudad arévaca en sus enfrentamientos con la República romana, que frenará en seco durante diez años la hasta ese momento imparable expansión romana por la Península Ibérica.
El coste de esta guerra queda bien reflejado en las cifras citadas por diversas fuentes, las bajas romanas sumarían entre 60.000 y 80.000 vidas. La comparativa es clara cuando el número máximo de hombres de armas que reúnen los numantinos por enfrentamiento es de 8.000 como máximo al inicio de la guerra y de 4.000 al final, todos estos sucesos llevaron a que Numancia llegase a ser definida por Cicerón como
“Terror de la República”, expresión que se generalizó a partir de ese momento.

Las guerras que cambiaron el calendario

Las Guerras Celtibéricas provocaron un doble problema a Roma, ya que además del enfrentamiento bélico, se tuvo que plantear el cambio del inicio de su año oficial. Éste tenía lugar en los Idus de Marzo (día 15), ya que era entronces cuando se nombraban los cargos anuales y se designaban los cónsules para hacer la guerra en Hispania, por lo que cuando los ejércitos romanos querían llegar al interior de la Meseta habían transcurrido tres meses, alcanzando el final de la primavera o principios del verano, lo que dejaba a los generales romanos poco tiempo para llevar a cabo sus objetivos, ya que la guerra en la antigüedad se hacía en primavera y verano.

Esta situación obligó al Senado a trasladar el inicio de su año oficial desde los Idus de Marzo a las kalendas de Enero (día 1). Como somos herederos del calendario romano (a excepción de los ajustes en relación con los años bisiestos, realizados por el Papa Gregorio), el hecho de que nuestro año empiece el 1 de Enero es consecuencia de los cambios producidos por las Guerras Celtibéricas, a partir del 153 a.C.

El pretexto para la guerra

El pretexto para la declaración de la guerra estuvo desencadenado por la ciudad de Segeda (en el Poyo de Mara, Zaragoza). Esta ciudad estaba procediendo, en el año 154 a.C., a la remodelación de su territorio, congregando de grado o por la fuerza a los pobladores de los alrededores, ampliando su recinto y construyendo una nueva muralla de 8 km de perímetro, lo que provocó el enfrentamiento con Roma, ya que ésta interpretó que esa actitud violaba el tratado que las ciudades celtibéricas del valle del Ebro, habían firmado con Graco, en el año179 a.C.
El Senado romano envió a Fulvio Nobilior con un ejército consular contra los segedenses que, al no haber acabado de fortificar su ciudad, huyeron a Numancia con sus mujeres e hijos, donde, según Apiano, fueron acogidos como aliados y amigos, añadiendo Floro que de esta manera tan injusta Numancia fue arrastrada a la guerra.

Fulvio Nobilior: Vulcanalia y batalla de los elefantes

El cónsul Nobilior, una vez controlada la zona del Jalón se dirigió a Numancia, disponiendo campamentos intermedios de apoyo y protección. Numantinos y segedenses eligieron como jefe a Caro, que atacó por sorpresa a los romanos y consiguió una gran victoria, matando a seis mil romanos; los celtíberos también tuvieron grandes pérdidas, entre otras la del propio jefe Caro. Esta derrota tuvo lugar el 23 de agosto, día consagrado por los romanos a Vulcano, que fue declarado a partir de entonces nefasto, de manera que ningún general romano en el futuro libró batalla en tal día como ése. Nobilior, siguiendo a los numantinos, acampó en La Atalaya de Renieblas, a 24 estadios de Numancia, a la espera de refuerzos. A su vez, los celtíberos nombraron jefes a los numantinos Ambón y Leucón, en sustitución de Caro.

El día de Vulcano declarado nefasto

Numantinos y segedenses eligieron como jefe a Caros, que atacó por sorpresa a los romanos y consiguió una gran victoria, matando a seis mil romanos; los celtíberos también tuvieron grandes pérdidas, entre otras la del propio jefe Caros. Esta derrota tuvo lugar el 23 de agosto, día consagrado por los romanos a Vulcano, que fue declarado a partir de entonces nefasto, de manera que ningún general romano en el futuro libró batalla en tal día. Nobilior, siguiendo a los numantinos, acampó en La Atalaya de Renieblas, a 24 estadios de Numancia, a la espera de refuerzos. A su vez, los celtíberos nombraron jefes a Ambón y Leucón, en sustitución de Caros.

La batalla de los elefantes

Un mes más tarde, Nobilior recibió importantes refuerzos del note de África, compuestos por trescientos jinetes y diez elefantes, y se preparó para librar batalla con los numantinos en campo abierto. Para sorprender a los celtíberos, Nobilior dispuso en orden sus tropas, pero escondiendo los elefantes a retaguardia, como cuenta Apiano: “Así que hubieron venido a las manos, se abrió la formación y aparecieron las fieras, con cuyo espectáculo, antes nunca visto en las batallas, se aterraron tanto, no sólo los celtíberos, sino aún sus mismos caballos, que huyeron a la ciudad. Nobilior los persiguió hasta las murallas, donde se peleó con valor, hasta que uno de los elefantes, herido en la cabeza con una gran piedra, se enfureció de tal modo que, vuelto a los suyos con terribles bramidos, comenzó a atropellar a cuantos encontraba, sin distinción de amigos o enemigos. A los bramidos de éste, enfurecidos los demás elefantes, comenzaron a hacer lo mismo, y atropellaron, mataron y desbarataron a los romanos”. Al ver los numantinos desde las murallas que los romanos huían, fueron en su persecución, mataron a un buen número de ellos y a tres elefantes, y se apoderaron de sus armas y enseñas.

Marcelo y la opción pacífica

En el año 152 a.C., M. Claudio Marcelo sucedió en el mando a Nobilior. Su objetivo inicial fue controlar el Jalón y someter a Ocilis, lo que consiguió a través de sus buenos oficios de negociador, exigiendo sólo unos rehenes y 30 talentos de plata. Esta actitud conciliadora de Marcelo llevó también a Nertóbriga (Calatorao ?, Zaragoza) a pedir la paz, que se concretó en la entrega de 100 jinetes. Pero atacado Marcelo por sorpresa cuando se dirigía a la ciudad para concretar el pacto, la sitió con máquinas artilleras y construcciones de cerco, asolando su rica llanura, por lo que los nertobrigenses enviaron a un emisario, cubierto con piel de lobo, para solicitar la capitulación. Marcelo la aceptó, con la condición de que todas las ciudades celtibéricas se sometieran al acuerdo de paz, en condiciones similares al tratado de Graco (había sido firmado en el 179 a.C.).
Las ciudades celtibéricas enviaron emisarios a Roma para negociar la paz; pero mientras los representantes de las ciudades aliadas de la zona citerior fueron admitidos en Roma, los de las ciudades arévacas, consideradas enemigas, tuvieron que acampar fuera de la ciudad. Finalmente, el Senado romano no aceptó el tratado de paz, por lo que Marcelo recibió orden de reanudar la guerra. El general marchó contra Numancia y acampó a cinco estadios de la ciudad (posiblemente en el cerro del Castillejo, situado a un kilómetro); pero, antes de producirse el enfrentamiento entre romanos y numantinos, el jefe de éstos, Litennón, pidió negociar con Marcelo; se llegó a un acuerdo, que finalmente firmaron todos los celtíberos, por el que éstos tuvieron que pagar una fuerte indemnización de 600 talentos de plata (3,5 millones de denarios). Esta paz, que fue ratificada por el Senado romano, tuvo una larga duración, desde el 151 al 143 a.C.

Pompeyo y el desvío del Duero

La guerra rebrota en el año 143 a.C. la actuación de los administradores romanos y la situación socio-económica de los pueblos del interior había cambiado poco; por ello los celtíberos se levantaron contra Roma, como había sucedido anteriormente con los lusitanos al frente de Viriato (147 a.C.), iniciándose de esta manera la segunda fase de las guerras celtibéricas.
Para los años 141 y 140, fue nombrado Q. Pompeyo quien, con 30.000 infantes y 2.000 jinetes, realizó el itinerario desde el Jalón hasta Numancia (ocupando probablemente el campamento del Castillejo), y fue derrotado por los numantinos y posteriormente por los termestinos. Se dirigió por segunda vez contra Numancia e intentó cercarla, planteándose, incluso, la realización de una zanja que uniera el Merdancho con el Duero para cerrar el paso de la llanura oriental. Pero los ataques constantes de los numantinos dificultaron estos trabajos de bloqueo y ocasionaron grandes pérdidas, por lo que el fracaso por segunda vez ante Numancia le obligó a aceptar condiciones de paz, planteadas por los numantinos a través de su jefe Megara. Pero una vez cumplido lo pactado por los numantinos, y con el pretexto de la llegada de un nuevo general para sustituirle, negó su juramento, remitiendo el asunto al Senado de Roma; por ello, a lo largo del año 139, la guerra con Numancia sufrió un paréntesis, mientras los emisarios de la ciudad discutían en Roma la paz. El Senado se puso de parte de Pompeyo y aprobó la ruptura de la paz, ordenando a Popilio Lenas que reanudase la guerra. Esto suponía que por tercera vez un general romano faltaba a su compromiso jurado con los celtíberos, y la segunda que el Senado recusaba un tratado pactado por un general.

Mancino desnudo ante Numancia

Popilio Lenas, volviendo de Lusitania (ya había sido asesinado Viriato), en el 138, se dispuso a continuar la guerra, fracasando ante Numancia, al igual que su sustituto C. Hostilio Mancino. Este general ocasionó al ejército romano, en el 137 a.C., uno de los mayores ultrajes de su historia. Tras sucesivas derrotas ante Numancia decidió retirarse, aprovechando la noche, al valle del Ebro; pero en su huida fue sorprendido por los numantinos en un desfiladero, sufriendo una fuerte derrota, y viéndose obligado a buscar refugio, probablemente en el campamento derruido de la Atalaya de Renieblas. Aquí tomo la dura decisión de capitular para salvarse, a pesar de que eran 20.000 soldados romanos frente a 4.000 numantinos. Los numantinos, en vez de matar a todo el ejército, aceptaron negociar la paz, y dejaron marchar al ejército romano.

Mancino fue llamado a Roma para exponer su justificación acerca de su capitulación; pero el Senado no consideró válido el tratado firmado, y determinó entregar al general derrotado a los numantinos, eximiéndose así de responsabilidad de la palabra empeñada por uno de sus generales. El general F. Furio Filo, designado para el 136 a.C., tenía el encargo, además de hacer la guerra, de entregar a Mancino a los numantinos. Vestido con una simple túnica y atadas las manos, fue dejado delante de las murallas de Numancia, pero los numantinos se negaron a aceptarlo, y fue devuelto al campamento y enviado a Roma. Tanto Furio Filo como los dos generales siguientes, Calpurnio Pisón, en el 135, y M. Emilio Lépido, posiblemente para evitar complicaciones, desviaron las hostilidades hacia los vacceos, dejando en pie el sometimiento de Numancia.

Escipión Emiliano y la caída de Numancia

El Senado Romano, y sobre todo su facción belicista, no podía tolerar por más tiempo que una pequeña ciudad como Numancia estuviera ocasionando tantos problemas a su ejército, victorioso e imparable en todo el Mediterráneo. Por lo que fue designado un general de prestigio, P. Cornelio Escipión Emiliano, que encabezaba el grupo belicista y había alcanzado el más alto galardón con la destrucción de la ciudad de Cartago, y con el que de nuevo se hizo una excepción, al igual que con Marcelo, para nombrarlo cónsul en enero del 134 sin haber transcurrido todavía 10 años desde su anterior nombramiento.
Escipión se encontró con un ejército muy menguado, unos 20.000 hombres y sobre todo sumamente indisciplinado, por lo que su primer esfuerzo fue someterlo a duros entrenamientos para dotarlo de moral, disciplina y eficacia. Sólo pudo llevar de Roma 4.000 voluntarios y algunos hombres que le proporcionó Macipsa, rey de Numidia, pero contó con la ayuda económica de Antióco de Siria y átalo de Pérgamo con la que pudo reclutar numerosos mercenarios, hasta llegar a un número de 50.000 ó 60.000 hombres.
Según Apiano, tras la campaña contra los vacceos, en el 134 a.C., Escipión avanzó para invernar en la región de Numancia. No mucho después, habiendo instalado sus dos campamentos cerca de Numancia, puso el uno a las órdenes de su hermano Fabio Máximo, y el otro bajo su propio mando. Como los numantinos incitaran a los romanos a entablar batalla, prefirió encerrarlos y rendirlos por hambre. Para ello, levantó 7 castillos alrededor de la ciudad y ordenó rodearla con un foso y una valla. Tras sucesivos intentos de romper el cerco, y once meses de largo asedio, la ciudad cayó en el verano del año 133 a.C., los numantinos prefirieron quitarse la vida antes que perder su libertad, pero algunos se rindieron ante Escipión, que se llevó a 50 de ellos a Roma para la celebración de su triunfo, siendo el resto vendidos como esclavos.

El cerco de Escipión

Después de veinte años de guerras contra Numancia (desde el 153 a.C.), el Senado romano decidió mandar a su general más famoso, Publio Cornelio Escipión Emiliano (había destruido la ciudad de Cartago), que llegó a la zona en Octubre del año 134 a.C., tras asolar los campos de la vacceos del Duero medio, que suministraban a las gentes del Alto Duero vino y cereal.
En los meses siguientes, disponiendo de un ejército de 60.000 hombres (entre legionarios itálicos y tropas auxiliares indígenas), frente a los 4.000 numantinos encerrados en su ciudad, se dedicó a aislar Numancia con un férreo cerco, constituido por siete campamentos, levantados en los cerros que rodean la ciudad (están señalados con hitos blancos), unidos entre sí por un potente muro (vallum), de 9 kilómetros de perímetro (2,40 m de ancho y unos 4,50 m de alto, reforzado con torres de mayor altura). Además, en la confluencia del río Duero con el Tera y con el Merdancho, dispuso fortines con rastrillos para controlar el paso fluvial.

Tras veinte años de resistencia y once meses de asedio, Numancia fue arrasada en el verano del año 133 a.C., dándose la muerte cada uno a su manera y siendo vendidos los supervivientes como esclavos

Fin de la ciudad: último día de Numancia

Los numantinos en ocasiones intentaron forzar el cerco sin resultado y sin que los romanos respondieran al ataque. En la primavera del 133 a.C., el jefe Retogenes y otros cinco numantinos consiguieron traspasar el cerco, pero fracasaron en el intento de obtener ayuda de las ciudades arévacas, pues éstas temían las represalias de los romanos. Solamente los jóvenes guerreros de la ciudad de Lutia estaban dispuestos a acudir en ayuda de Numancia, pero la asamblea de ancianos, tratando de evitar las represalias romanas, avisó a Escipión, que respondió trasladándose a la ciudad y cortando las manos a todos los jóvenes.

La escasez de víveres provocó una situación insostenible en Numancia, llegando a tener que cocer los cueros y las pieles para comer e incluso carne humana de los fallecidos. En esta situación, los numantinos, con su jefe Avaros al frente, realizaron negociaciones ante Escipión para conseguir una paz digna, pero el general romano, que exigía la paz sin condiciones, les ordenó que aquel mismo día llevasen las armas a un sitio convenido y que al día siguiente se presentasen ellos en otro lugar. Esto era para los numantinos inaceptable, pues de sobra sabían cual iba a ser su fin, bien la muerte o bien su existencia como esclavos. Muchos en tal trance prefirieron quitarse ellos mismos la vida, pidiendo un día más de plazo para disponer de su muerte.

La ciudad fue arrasada, “destruida de raíz” dice Cicerón y repartido después su territorio entre los indígenas que le habían ayudado a conquistarla. De los numantinos que entregaron la ciudad, algunos fueron vendidos como esclavos y unos 50 fueron llevados a Roma para formar parte del desfile triunfal de Escipión, celebrado en el año 132 a.C.

Bellum Numantinum: Numancia 'Terror de la República'

Desde que en el año 146 a.C., Roma destruyese las ciudades de Corinto y Cartago, su política exterior va a centrarse en Hispania con dos largas y costosas guerras, el levantamiento de los lusitanos, al frente de Viriato, y por otro lado, la que desde el año 143 a.C. sostuvo la ciudad de Numancia, la más poderosa de los arévacos, al decir de Apiano, que se erigió en el Alto Duero como protagonista exclusiva de la resistencia indígena, hasta su destrucción en el año 133 a.C. por el cónsul Escipión Emiliano. A esta fase de la guerra, los historiadores romanos la denominaron Bellum Numantinum, por la primacía de la ciudad arévaca en sus enfrentamientos con la República romana, que frenará en seco durante diez años la imparable expansión romana por la Península Ibérica.

Diodoro Sículo, Apiano, y sobre todo, Polibio, testigo presencial de los hechos, dado que acompaño a Escipión en su campaña final contra Numancia, calificó las confrontaciones contra los celtíberos como “guerra de fuego”, tanto por la violencia y el ímpetu de los enfrentamientos como por su duración, ya que, a diferencia de las guerras contra griegos y cartaginenses, que se decidían en una o pocas batallas, en la Guerra Celtibérica los combates volvían a brotar con fuerza cuando ya se creían extinguidos.

El coste de esta guerra queda bien reflejado en las cifras citadas por diversas fuentes, las bajas romanas sumarían entre 60.000 y 80.000 vidas, sin hablar de las perdidas en pequeñas escaramuzas. La comparación es clara ya que el número máximo de hombres de armas que reúnen los numantinos es de unos 8.000 al inicio de la guerra y de 4.000 al final, todos estos sucesos llevaron a que Numancia llegase a ser definida por Cicerón como “el Terror de la República”, expresión que se generalizó a partir de ese momento.

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